A partir del artículo: ¿En qué mundo vivimos y qué nos espera a partir de ahora? me invitan a contrastarlo con la opinión del juez Don Emilio Calatayud. He escrito tanto sobre el tema que pensaba que no merecía la pena insistir, pero, como la estupidez va creciendo respondo de nuevo:
La asociación AMEI-WAECE dedicada a la educación primaria afirma que “la educación debe promover la formación integral del niño”, etc. etc. Expone más objetivos, aunque no explique cómo conseguirlos. En el Congreso “Aprender para comprender, comprender para aprender y poder emprender” reunieron a “una serie de expertos en organizar la labor docente teniendo en cuenta nuevas tendencias como el constructivismo de la ciencia cognitiva contemporánea, las inteligencias múltiples, la educación para la comprensión, las nuevas tecnologías o la actitud emprendedora en la escuela”. Invitaron para cerrar el congreso al juez Calatayud como uno de los expertos en educación. Me he quedado de piedra.
Sé
que este experto, como otros muchos que se creen expertos publican libros, salen
en las televisiones, en las radios y en todos los medios de información de
masas, mostrando estar en posesión de la verdad. Los medios viven de eso, de
encontrar expertos a los que la masa siga para conseguir asegurar la audiencia.
Estos
expertos están lejos de ser esos náufragos orteguianos que somos todos. Han
logrado vivir en la seguridad de ideas y teorías del pasado; para eso han
estudiado tanto. Han encontrado
su isla salvadora y se sienten afortunados. ¿Habrán padecido alguna
inseguridad, algún complejo en sus vidas que los haya llevado a aferrarse a
este bote salvavidas? Suelen ser dogmáticos, confían ciegamente en que sus
creencias son las correctas e intentan imponerlas. No sienten necesidad de
dialogar, de abrirse a los otros para aprender, y desean que los demás sigamos
sus expertos pensamientos. Dialogar es respetar, es escuchar antes de hablar,
admitir las opiniones de los otros. Reconocerse falibles. Todas las ideas son
revisables y la investigación en cualquier campo nunca está acabada. Son lo
opuesto a la libertad de pensamiento, pues se creen en posesión de la
verdad suprema. Aunque las actitudes dogmáticas pueden parecer cómicas, incluso
ridículas, entrañan grandes amenazas: encubren un profundo desprecio hacia el
intelecto humano. Piensan: no eres lo suficientemente maduro para guiar tu vida,
no tienes la capacidad de pensar o dudar: por lo tanto, obedéceme y no digas
nada. Llevarás una vida gris y simple, pero no tendrás que decidir, yo lo haré
por ti.
A
los expertos no se les ve bracear para no ahogarse, no lo necesitan, viven muy
seguros en la tierra firme que creen haber hallado. El dogma es la antítesis de
la duda, y la duda es esencial para avanzar.
Yo
llevo toda mi larga vida dedicado a la educación y cada día sé menos. Me
consuela el dicho socrático de que “solo sé que nada sé” por el que fue
considerado uno de los siete sabios de la humanidad. Vivió desenmascarando a
aquellos que “creían saber lo que no sabían”. Esa era su misión y yo intento seguir
sus pasos.
No
encuentro relación entre los principios de la pedagogía de AMEI con los del
señor juez en la conferencia: “Una educación para la sociedad del futuro”. ¡Qué
título, por Dios! Los expertos conocen la sociedad del futuro cuando yo no
conozco lo que sucederá mañana.
Hablando
de saber, de experiencia, el mismo juez confiesa que tiene experiencia como
juez de menores. Con la excusa de que en el proceso educativo tiene que
participar “toda la tribu” con lo que estoy de acuerdo, él, porque es padre y
ciudadano se atribuye el derecho a pontificar sobre lo divino y lo humano y de
una forma jocosa, atractiva, pues comunica bien con la audiencia, se la gana.
Me ha dado pena que las 400 o 500 personas asistentes rieran y aplaudieran sus
gracias sin mostrar el mínimo pensamiento crítico. Así van las cosas y, como
dice el mismo juez, estamos padeciendo las consecuencias.
La
labor del docente y la tarea de educar reclaman un esfuerzo compartido de
múltiples miradas, pero eso no quiere decir que todos ejerzan la función del
maestro. Como muchas personas, yo comparto las sentencias pedagógicas del juez,
opino, pero no hago intrusismo, y menos de forma dogmática, como poseedor de la
única verdad. Él lo llama hablar claro… Habla, afirma, pero no le encuentro
razones para sus afirmaciones, las lanza y ya está; queda bonito y la audiencia
aplaude; tampoco ofrece propuestas, excepto volver a tiempos pasados (eso
entiendo yo).
Afirma
que “es complicado ser padre, ejercer la paternidad, hoy”. Vuelve a hablar del
término medio que no tenemos entre el “autoritarismo” antiguo y la permisividad
actual, pero no concreta este término medio. Cuando afirma que “los niños no
dan satisfacciones, sino que son un no vivir”, la audiencia asiente con risas y
son pedagogos.
Queda
muy bien decir que “yo soy su padre y no su amigo y menos su colega, pues si
fuera su colega mis hijos quedarían huérfanos. Los maestros son maestros, no
colegas. Me gustaría saber qué entiende por ser padre o maestro. Otra frase que
queda bien es: Hemos sido esclavos de nuestros padres y ahora lo somos de
nuestros hijos. Lamenta que haya desaparecido el artículo que decía: Los padres
pueden corregir responsable
y moderadamente a los hijos. Ahí entraría “el cachete para comer la sopa”…
Cuando
habla de “acciones” no sé cuándo habla de acciones jurídicas y cuándo de
acciones educativas. Si alguien no está de acuerdo que ponga una denuncia, un recurso,
etc. (y hemos acabado), aunque sea entre jueces. No da lugar al trabajo en
equipo, a dialogar, consensuar, etc.
Afirma
que nuestro país no tiene término medio, y estamos pagando las consecuencias. No
explica cómo entiende ese término medio ideal. Además, en este país no nos
entendemos. Parece que en el resto del mundo existe término medio y se
entienden.
No
analizaré (ya lo he hecho en otros lugares) el término menor. Cuándo un niño es
niño, adolescente, joven, y cuándo lo calificamos de menor y lo que ello puede
implicar. Lo calificamos para descalificarlo.
Observa
que nos movemos en el extremo de la permisividad lo que llevará a que los niños
se conviertan en delincuentes. Ya respondí en el artículo: ¿En qué mundo
vivimos y qué nos espera a partir de ahora?
La
escuela va contra natura, afirma, nadie quiere ir a ella voluntariamente, hay
que obligar.
“Hay
escuelas que son jaulas y hay escuelas que son alas”. Las escuelas que son
jaulas existen para que los pájaros desaprendan el arte de volar y los tengamos
enjaulados bajo control. Los pájaros encerrados siempre tienen un dueño que
puede llevarlos a dónde quiera. Así, dejan de ser pájaros. Porque la esencia de
los pájaros es el vuelo. No recuerdo de quién he tomado este ejemplo. Las
escuelas jaula sí van contra natura.
Las
escuelas que son alas no quieren pájaros encerrados. Lo que ellas aman son los
pájaros en vuelo. Existen para dar a los pájaros el coraje de volar. Pero las
escuelas no pueden enseñar a volar, porque el vuelo nace desde adentro de los
pájaros. El vuelo no puede ser enseñado. Sí puede ser promovido, alentado,
abriendo las puertas de todas las jaulas.” Soñamos volar, aunque tememos
elevarnos sobre el vacío.
Hagamos
un esfuerzo por conocer qué es un niño y tengamos en cuenta que no puede haber
aprendizaje sin seguridad. Enumera el catálogo de derechos de estos menores
según la ley jurídica de protección del menor, como si pensara que son
demasiados y que todo son derechos.
Ni
la ley ni los padres dan derechos, reconocen los que tiene cada persona.
Heráclito
tenía razón. El mundo es cambio. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.
Nuestros cimientos se remueven, las certidumbres, la racionalidad, el orden han
cedido el paso a la incertidumbre, a la irrupción de lo desconocido e
imprevisible.
Los
modelos tradicionales fueron efectivos en el pasado y mantuvieron vigente una
asociación sólida entre la sociedad, la educación y la escuela. Cada maestro
era consciente de su misión, responsable de sus obligaciones. Era un referente
dentro y fuera de la escuela. Inspiraba reconocimiento e imponía respeto. Hoy,
al igual que los representantes de otras profesiones, todo ha cambiado.
Necesita reencontrar el valor y el sentido de su tarea, reubicarse de manera
que la sociedad reconozca y valore los aportes que realiza.
El
tedioso día a día escolar tenía sentido como guía para el futuro, tomando como
espejo el modelo de los adultos que habían recorrido el mismo camino: el
obrero, el empleado, el comerciante, el empresario, el médico, el maestro, el
sacerdote, el gobernante habían logrado su presente digno y responsable porque
lo había construido cotidianamente en las aulas de la escuela. Hoy el saber no
es sólo patrimonio de la escuela. La educación y la escuela no siempre
representan el pasaporte para el futuro. Los chicos ven que no todos los que
aparecen como personajes notables de la sociedad han construido su presente con
el esfuerzo escolar.
“Expertos”
hablan de la «educación para el cambio» o de la «preparación para el futuro»,
pero sabemos poco sobre la manera de hacerlo. ¿Quiénes pueden hoy hablar del
futuro? Son muchas las sorpresas del presente y las dudas sobre el pasado.
¿Es
triunfar ganar más dinero? ¿Será esa una razón por la que abundan tanto los
concursos a los que asisten muchos profesores? Algunos recorren los concursos
de todas las televisiones, se reúnen los que más saben para ganar más. Cuando
lleguen a sus clases ¿de qué valores hablarán a sus alumnos? ¿Quieren enseñar a
sus alumnos lo mismo que el resto de la sociedad, que el valor más importante
en la vida es el dinero?
Los
alumnos hoy tienen una visión más crítica de sus docentes y de los saberes
escolares. El libro era patrimonio de la escuela, y la escuela el instrumento
fundamental para adquirir las competencias en el uso del libro, a través de la
lecto-escritura. El libro no ostenta ya el monopolio del conocimiento; la
vida y los verdaderos conocimientos están en otra parte.
Los
alumnos de hoy pertenecen a otra generación, forman parte de una cultura que lo
ofrece todo y de forma inmediata. Les basta con apretar un botón, tocar una
pantalla, llamar o enviar un whatsApp, utilizar los sentidos o una tarjeta. No
hay pasado ni futuro seguro, lo tienen todo en el presente.
Cita
el art. 24 sobre la autoridad que tiene quien desempeña funciones públicas.
Proteger al funcionario que exige la ley en cumplimento de su función. Habla de
padres y maestros que pierden la autoridad. Afirma que los padres tienen “que
creer en la autoridad del maestro y esta autoridad hay que mamarla en la
familia”. La audiencia aplaude. Pienso que la autoridad en educación, más allá
de ser "la facultad de mandar y la obligación correlativa de ser obedecido
por otros", hay que ganársela día a día. Tienen que ser reconocidos como
tales y entonces son admitidos, escuchados, consultados, de
lo contrario son ignorados. Lo otro es poder. No basta el título,
los alumnos te evalúan a cada instante y toman sus decisiones.
Afirma
que hay que estar en la escuela, aunque “es un tostón”. Coincido en que no hay
que expulsar a los alumnos del colegio y debe haber equipos coordinados de
trabajo, así como recibir formación de diversos profesionales. Estudiar todos
pa lo mismo, no. No entro en la demonización de los móviles, como si los
objetos tuvieran la facultad de ser sujetos morales: buenos o malos. ¿Y la
educación de las personas que los utilizan?
Termino
con unas palabras de Einstein, quien no se considera experto: La tarea más
importante de la educación consiste en despertar y fortalecer las fuerzas
psicológicas en la juventud, formar personas y ciudadanos competentes en ser
personas y ciudadanos más que en aprender los temas. No creo mucho en la
trasmisión verbal. “En la escuela y en la vida el más importante estímulo de
trabajo es el placer en el trabajo, placer en su resultado y en el conocimiento
del valor de ese resultado para la comunidad”.
José
María Calvo
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