Mi querido maestro:
Recuerdo que no te gustaba ser llamado maestro. ¡Qué palabra tan excelsa! Tú preferías ser más humilde, como Sócrates que sólo sabía que no sabía. O como aquel pensamiento de Aristóteles que escribiste el primer día en la pizarra: “El ser humano es el animal que posee la palabra”. ¡La palabra! Qué importante es saber que somos capaces de hablar.