lunes, 27 de febrero de 2017
Apuesta educativa
«Decir que los seres humanos son personas, y como personas son libres, y no hacer nada para lograr que esta afirmación se concrete, es una farsa», escribe Paolo Freire.
Parece que la sociedad despierta de nuevo y vuelve a haber movimientos renovadores en la educación. Sean todos bienvenidos. Estos movimientos centrados en la neuroeducación que “estudia cómo aprende el cerebro, y cuyo principal hallazgo es que para que se produzca el aprendizaje es necesario encender una emoción, despertar la curiosidad del estudiante”.
Peter Senge, californiano de 69 años, cree que el principal problema del sistema educativo es que se basa en el modelo de la revolución industrial. Este profesor de la escuela de negocios del Massachusetts Institute of Technology critica que los colegios en diferentes partes del mundo continúan replicando un modelo de aprendizaje pasivo, en el que los docentes hablan y los estudiantes permanecen sentados y callados, “como si se les estuviese entrenando para trabajar en una fábrica”.
Estos movimientos enseñan que “Hay que comenzar la clase con un elemento provocador, puede ser una frase, un dibujo o un pensamiento; algo que resulte chocante”. Solo se puede aprender aquello que se ama, como había enseñado Platón hace muchos siglos.
“Desde que somos mamíferos hace más de 200 millones de años, la emoción es lo que nos mueve. Aquello que nos extraña, que no nos resulta monótono. Ahí se abre la ventana de la atención, imprescindible para aprender”, explica.
Otras compañeras nos muestran en twitter de LOS CUATRO ELEMENTOS DEL ART THINKING: un tipo de “pensamiento diferente al pensamiento lógico el pensamiento divergente; una experiencia estética basada en el placer; una redefinición de la pedagogía para empezar a entenderla como una herramienta de producción tanto para profesores como para alumnos y una forma de aprendizaje basada en los proyectos y el trabajo colaborativo”.
El nuevo escenario laboral, en el que el número de robots no deja de aumentar, requerirá perfiles muy creativos, una cualidad que las máquinas no dominarán. “Precisamente al Art Thinking no le interesa demostrar hechos, no es una metodología cerrada basada en certezas, sino encender la curiosidad para activar procesos de investigación”.
La escuela enseña a través de la memorización, sin pensar. La gente llega a la edad adulta y no sabe pensar por sí misma, se han dedicado a reproducir lo que dicen otros. Es cierto que necesitamos información en nuestra memoria, pero hay que cambiar el proceso por el que nos llega". Investigar y analizar por uno mismo. Cuestionar lo que se da como cierto.
Lo más importante es que llegue el final de la escuela tal y como la conocemos. Todos hemos ido al mismo tipo de colegio, no importa si el centro educativo está en España, Reino Unido o China. La fórmula siempre es la misma: los profesores tienen el control y los alumnos no son proactivos. Nadie sabe a ciencia cierta cómo debería ser, de hecho no creo que haya un modelo único, pero sí un principio claro: adultos y niños aprendiendo a la vez. La idea de que los profesores tienen las respuestas y por eso lideran el aprendizaje ya no sirve, nadie sabe cómo se resolverán los problemas que ya nos afectan hoy, como, por ejemplo, el cambio climático. Los niños lo saben y por eso no se enganchan a la escuela, porque el profesor actúa como si tuviese todas las respuestas. El aprendizaje en el colegio se centra en evitar cometer errores. El contexto autoritario dentro de la escuela es tal que los chicos solo quieren complacer al maestro.
Lo que me da un poco de pena es que se hayan enterado ahora cuando hace tanto tiempo que otras personas y otros grupos llevan poniéndolo en práctica y tal vez por desgracia para la educación y para la propia sociedad, no recibieron demasiada atención.
Voy a poner un solo ejemplo. El grupo “Filosofía para Niños”, o aprender a pensar, lleva funcionando en nuestro país, desde finales de los años 80 del siglo pasado. Voy a exponer algunos de sus presupuestos. Comenzamos con un análisis crítico de la situación actual.
«Construida sobre el modelo de la fábrica en el siglo XIX, la educación general enseñaba los fundamentos de la lectura, la escritura y la aritmética, un poco de historia y otras materias. Este era el “currículum manifiesto”, ofrecido en los programas, pero bajo él existía otro currículum oculto o invisible que también había que aprender.
Este currículum oculto se componía —y sigue componiéndose en la mayor parte de países industrializados— de tres paradigmas: Puntualidad, obediencia, y trabajo mecánico y repetitivo.
El trabajo de la fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente peones de cadenas de producción. Exigía trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes emanadas de una jerarquía directiva. Y exigía hombres y mujeres preparados para trabajar como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas», escribe Toffler.
La escuela era y es magistro-centrista. Todo el proceso se centra en la actividad del docente. El maestro monopoliza la palabra y las decisiones. Se requiere enseñar, instruir, formar. Se confunde enseñanza con aprendizaje. El maestro enseña y ya se da por supuesto que el estudiante aprende. El alumno es insuflado, recibe, aprende de forma mecánica, y llega a ser lo que el sistema, por medio del docente, pretende.
En este sistema tradicional tampoco importa mucho si los chicos aprenden y comprenden. ¿Qué es eso de aprender, de aprendizaje significativo? Nunca lo había escuchado antes. No se sabía ni importaba. Lo verdaderamente importante son las calificaciones, las estadísticas, el quedar bien ante la sociedad.
Qué decir de la colocación de los alumnos en fila militar para que no se vean y no hablen unos con otros. El diálogo entre iguales era y es uno de los enemigos a combatir. Así nos va. No hemos aprendido a dialogar, no hemos desarrollado esta competencia. Los estudiantes adquieren una experiencia alienante al tener que memorizar los libros de texto.
Analizamos ahora los presupuestos de este programa:
«La educación no es llenar una cubeta. Es encender una llama», Yeats.
No nacemos hechos, tenemos que ir haciéndonos. Este quehacer es la educación, y cada uno es responsable del quehacer de su vida; nadie lo hará por él. Educar es dejar que cada uno se eduque a sí mismo en diálogo con los demás, es ayudar a que se desarrollen sus posibilidades más que restringirlas. Estas posibilidades son tanto personales como sociales, intelectuales y morales.
Es aprender a ser responsable, solidario y a afrontar problemas reales: bullying, drogadicción, racismo, machismo, contaminación.
Nadie puede hacerse solo, necesitamos a los otros. Convertir la clase en una comunidad de investigación, con el diálogo trasformador de la experiencia educativa como centro, en que los pensamientos y las palabras de los propios estudiantes pueden ser escuchados.
Se fortalece el pensamiento y el juicio, y los estudiantes descubren por ellos mismos los principios del razonamiento y aplican a su propia experiencia del mundo en el que viven Aprenden significativamente, pues el conocimiento es un proceso activo, construido por el estudiante. Los infinitos valores que proporciona una comunidad de búsqueda pueden verse en las obras escritas.
Las actividades no significativas se diluyen, se olvidan con rapidez, se expulsan del cerebro. Cada persona aprende lo que es relevante para su vida.
Aumentan su autoestima y les prepara para adquirir aún más destrezas cognitivas y sociales, y a pensar, hablar y escribir en otras materias diferentes. Aprender a pensar matemáticamente, históricamente, científicamente, lingüísticamente, etc. etc., así en todas las materias.
La formación de la comunidad de educadores investigando juntos. Trabajo colaborativo: "olvidemos las asignaturas estancas: hay que trabajar por proyectos y en comunidad, tal como hacen muchos de los artistas contemporáneos", afirman nuestras compañeras.
Importa el que aprende más que lo que se aprende. El estudiante crece, desarrolla sus potencialidades, se hace persona y es capaz de construir nuevos materiales curriculares adaptados a la sociedad en la que vive. El currículum no es prescriptivo y se presenta de forma narrativa, viva.
La evaluación más efectiva es la del propio alumno analizando su progreso, la autoevaluación. Pero ahora ese rol lo asume el profesor. Los buenos docentes crean un entorno en el que los estudiantes mejoran constantemente y pueden juzgar de forma objetiva cómo están evolucionando
“Lo que eres grita tan alto en mis oídos, que me impide oír lo que dices”.
El rol del profesor cambia y mejora, ya no es el sabio que adoctrina desde lo alto de la tarima; no es el poseedor de la verdad, ni el detentador de la autoridad. Es la persona sensible, miembro de la comunidad de búsqueda, que camina junto con sus alumnos. Cada vez que le enseñamos algo a un niño, impedimos que lo descubra por sí mismo.
Mis compañeros y yo mismo llevamos poniéndolo en práctica desde finales de los años 80, así como publicando libros y artículos sobre esta nueva práctica educativa.
Educación y filosofía en el aula salió en Paidós, en 1992, y a partir de ahí surgieron: “Filosofar en la escuela”, en Paidós, “Soy Sophia”, en Me gusta escribir, “Éxito en educación” en ed. Creación, “Filosofía para caminantes”, en “Memorias de un profesor”, en ed. Ápeiron, etc., por citar algunos trabajos.
Del libro Soy Sophia se está haciendo una película. Ya informaremos sobre el tema.
José María Calvo
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