miércoles, 21 de octubre de 2015
José María Calvo –Memorias de un profesor- Apeiron ediciones, Madrid, 2015
Al ingenuo lector que se enfrente al título de este libro le parecerá que se trata de una obra de carácter autobiográfico, pero la realidad es que se trata de mucho más que eso.
De momento, señalemos que no es que falten elementos autobiográficos; en una primera lectura aprendemos que José María Calvo nació en Villamor (Zamora), que fue seminarista en el Seminario Menor de Toro y después en el Seminario Mayor de Zamora, pero, al diluirse su vocación religiosa, hizo la licenciatura y el doctorado en Filosofía Pura. Desde entonces su vida quedó marcada por la vocación de profesor, quedando subordinada al objetivo máximo: ser un buen profesor de filosofía. Aunque dio clases en varios centros docentes de Madrid, no alcanzó la estabilidad profesional hasta convertirse en catedrático de filosofía en un instituto de San Lorenzo de El Escorial. Es ahí donde el enamoramiento por la filosofía alcanzó su máximo nivel, pero ese enamoramiento no se limitaba al hecho de ser profesor sino un “buen Profesor”.
En realidad, esto es lo que dio sentido a su vida, convirtiéndose en centro nuclear del libro que nos ocupa. Podemos, pues, decir que este es el argumento central de su preocupación como profesor de filosofía; muy pronto comprobó que ser un buen profesor de filosofía no era lo mismo que serlo de cualquier otra materia, y esto le obsesionó como profesional.
Al llegar a la cima de esta preocupación, José María Calvo escribe: “Llegué, pues, a la filosofía, y, como consecuencia, a la educación. Así; alguien que quería pasar toda la vida de estudiante, acabó viviendo toda ella como profesor. Pero profesor, ¿para qué?, ¿qué es un profesor?, ¿y un buen profesor?”.
Este es un párrafo central en el desarrollo argumental del libro, lo que le llevó a formular lo que él kantianamente llamó el “giro copernicano”, es decir, prestar atención, no tanto a la materia a estudiar –la filosofía-, como al sujeto que debe estudiarla –el alumno-. En otras palabras, el protagonismo de un buen profesor de filosofía debe ser más que la filosofía misma, el alumno que está obligado a estudiarla; es decir, del objeto al sujeto. He aquí la tarea de un “buen profesor”: la educación misma.
Y al llegar a este punto de su reflexión es cuando Calvo va a tener una experiencia que cambiará su vida. De hecho, había pensado mucho sobre el valor de los institutos, así como del aula, de la clase, de la lección magistral, de la diferencia entre el enseñar y el aprender, hasta que le llegaron las lecciones del profesor Matheu Lipman sobre filosofía para niños. Se dio cuenta de que esto es lo que estaba buscando desde hacía mucho tiempo, y se propuso profundizar en ello al máximo; para eso se acercó a la profesora Ann Margaret Sharp, directora adjunta de Lipman. Ann vio dar clase a Calvo y decidió invitarle a Monteclaire, en New Jersey, donde ella dirigió el Institute of Advancement Philosophy for Children; allí realizó una master sobre “Filosofía para niños”, que le convirtió en un especialista.
La vida del profesor José María Calvo cambió, y cuando regresó a España su modo de dar clase cambió también, centrándose en un objetivo: que el alumno aprenda a pensar por sí mismo. Naturalmente, que esto despertó las suspicacias y reticencias de sus colegas, pero el entusiasmo de sus alumnos fue tal que compensó cualquier adversidad. Así las enseñanzas de Montclaire dieron contenido a sus propias reflexiones sobre lo que antes he llamado el “giro copernicano”: la filosofía ha dejado de ser el objeto de estudio y se ha convertido en el método más adecuado para aprender a pensar por sí mismo; en otras palabras, un medio no sólo para pensar, sino para sentir, para ser libres, para convertirse en personas, en el sentido más pleno de la palabra.
El “giro copernicano” le ha servido a José María Calvo para convertirse en profesor en el sentido más auténtico: enseñar al alumno a aprender por su cuenta; es decir, aprender en lugar de enseñar. Así, el buen profesor no es tanto el que enseña la disciplina como el que ayuda al estudiante a que aprenda por sí mismo, es decir, hacer que piense por su cuenta.
He aquí un breve resumen del contenido que nos ofrece este libro, donde José María Calvo se convierte en compañero infatigable de todo buen profesor. Felicitémosle por ello.
José Luis Abellán
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