jueves, 25 de octubre de 2018

A mis hijos

Mi nombre es José, bueno, Pepe. Hoy hace ya ochenta años que vine a este mundo, un ocho de diciembre de 1916, en Villamor de los Escuderos (Zamora). Hacía frío, mucho frío, mucho más que hoy, y también había más nieve en las calles y en los tejados. Ochenta años. Toda una vida y me parece que fue ayer. ¡Qué de recuerdos! … Mi padre Leopoldo y mi madre Antonia. Mis padres. ¡Qué puedo decir de ellos! Mi padre nos dejó tan pronto que…, y Antonia, mi madre no demasiado tarde. Hoy es fiesta en todo el pueblo, pero, sobre todo, es fiesta en mi casa. Mi hermano mayor, Teodoro, siempre muy serio y muy responsable ante el nuevo acontecimiento en el hogar. Es lo que indica su nombre:Teo – doro = regalo de Dios. Hace un tiempo que te fuiste también con los padres. El pequeño Amando corretea por todas partes. Tal vez ya esté pensando en futuros epigramas. ¡Recuerdos! ¡Con qué rapidez han pasado los días…, y los años! Podéis verme corriendo mi niñez por la cuesta con mi pantalón corto, mis sandalias de goma y sin calcetines en busca de mis amigos. Arriba encontraba a Tasio, en la plaza a Sergio, y a Paco en la calle de la Iglesia. ¡Cuántas travesuras! ¡Cuántas alegrías! ¡Cuantas penas, juntos, amigos, compañeros de tantas fatigas! Y la escuela, no teníamos escuelas, solo una sala dentro del ayuntamiento. No puedo dejar de recordar a mi maestro, a nuestro maestro, Don Melquíades. Nunca lo he olvidado. Casi tenía yo seis años y en otra casa, en la misma plaza del pueblo, tenía lugar otro gran acontecimiento. Venía al mundo el tercer hijo, bueno hija de Anastasio y de Piedad. La tercera, como yo el tercero de la familia. No podía pensar, ni imaginar la importancia que tendría este acontecimiento en mi vida futura. A veces he pensado cómo hubiera sido nuestra vida, mi vida, durante estos primeros años, si hubiera conocido mi futuro. No quiero aburriros más contándoos mi, tal vez, monótona vida de cada día, pero tampoco quiero dejar de recordar el día en que formé una nueva familia, mi propia familia, nuestra familia; los días en los que fuisteis naciendo vosotros, todos vosotros, hijos y nietos. ¡Cuántas penas y sobre todo cuántas alegrías! Habéis sido la vida, nuestra vida, y la de nuestro hogar. Ya no recuerdo bien toda la guerra y las preocupaciones que nos habéis dado. Todo lo damos por bien empleado. ¡Qué no serán capaces de hacer unos padres por sus hijos! Os lo hemos dado todo y lo hemos dado con todo el amor del mundo, sin esperar nada a cambio. Bueno sí, una gran recompensa, poder veros a todos, juntos, felices, con vuestras propias familias, con vuestras esposas e hijos. Cuando echo la mirada hacia atrás, me pregunto ¿Ha merecido la pena tanto trabajo, tanto sacrificio, tanto dolor, tantas alegrías, tanta felicidad, tanta vida? ¿Qué pensáis vosotros? Yo no tengo ninguna duda, estoy plenamente convencido de que en verdad ha merecido la pena. Por eso miro hacia atrás y os dedico estas sentidas palabras, que son fruto de lo que vive hoy mi alma. Disculpad estos añorantes chocheos de este viejo, y muchas gracias por la paciencia que habéis tenido conmigo. Pepe

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