martes, 8 de febrero de 2011

Recordando a Matthew Lipman

Eran los años ochenta y yo buscaba caminos, senderos, luces o sombras. No lo sé. Deambulaba errante por las aulas repitiendo lo que me habían enseñado como alumno.
Yo era profesor de filosofía, y sentía una gran insatisfacción con lo que sucedía en el aula. Los resultados que observaba a mi alrededor eran sobre todo fracasos, suspensos, incomprensión de la filosofía cuando no odio a la misma y al propio profesor. Pensaba que mis alumnos eran unos irresponsables, y que tenía que hacer algo.
Como psicólogo traté de poner en práctica el “cómo modificar la conducta en los niños”, pero no lo conseguí. Después me di cuenta que no podría, ni debía intentarlo. ¿Quién era yo para meterme en el comportamiento de otros? Seguramente el que estaba equivocado y el que tendría que cambiar sería yo.
Esta era mi noche oscura. Y entonces apareció él y vi una luz. V Congreso de Filosofía y juventud. Le acompañaba su voz en español, el inseparable Eugenio Echeverría.
Escuché su inesperada ponencia y mis ojos ciegos comenzaron a ver. Entusiasmado por lo que acababa de escuchar, no daba crédito a mis oídos cuando surgió la voz de un “compañero”: ¿Podemos dejar ya la filosofía, los niños y estas zarandajas y comenzar a hablar en serio? Y como había que hablar muy en serio nos callamos, pero continuamos el taller de filosofía para niños.
Con unos compañeros de taller extraordinarios comenzamos la nueva aventura de la unión entre filosofía, educación y niños.
El niño, la persona como sujeto activo de su propia educación. Y aprendí a practicar el respeto, aunque íbamos aprendiendo el sentido del respeto cada día dentro de la comunidad. Y surgió la comunidad de investigación en el aula, y el diálogo como guía. La filosofía no era el fin del aprendizaje, sino un medio para el desarrollo de la persona.
Fui tan afortunado que Matthew y Ann Margaret Sharp me invitaron a hacer el Master en “Fine Arts”, traducido en FpN, “Aprender a pensar por sí mismo”. Y me fui a USA, a la universidad de Montclair.
El año y pico que pasé en Montclair nunca se borrará de mi mente y de mi corazón. Todavía conservo fotografías y escritos. Pero sobre todo conservo los recuerdos de todos los compañeros y sobre todo de las dos personas que más han influido en toda mi vida, y ya soy mayor. Ya habréis visto algunas fotografías que han salido en facebook. Iré añadiendo algunas más.
Quiero proclamar junto a otros compañeros, que soy otro enano subido a hombros de gigantes para poder ver más lejos. El mayor de todos Matthew Lipman, así, a secas. No quiero ponerle más epítetos.
No sé si he llegado a ver muy lejos, pero si no ha sido así, se debe a mi propia miopía.
No es el momento de hablar hoy del programa, pero no puedo callar el sentido de una educación en valores: en y para la democracia, en y para el diálogo, la tolerancia, la libertad, el respeto, la paz.
Y aprendí a aprender durante toda mi vida, a darme cuenta de que solo sé que no sé nada, a no tener respuestas, a preguntar y a preguntarme, a buscar para descubrir y ayudar a construir. Me habéis ayudado a descubrir tantas cosas que sería imposible escribirlas aquí. Sobre todo a ser feliz dentro del aula.
Mi vida cambió radicalmente, creo que para bien. Y se lo debo, sobre todo a dos personas, a dos gigantes de la pedagogía y de la filosofía. Gracias Mat, gracias Ann. Sé que seguís ahí, os siento, os sentimos. Permaneceréis para siempre conmigo.

José María Calvo

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