¿Sentimientos, nostalgias?
Cuando yo era pequeño, solía cantar muñeiras y otros cantos en gallego. Recuerdo, por ejemplo, “una noite en un moiño”, y otras. Me hacía gracia, me divertía, me gustaba, y sentía cierto orgullo de poder hacerlo, y de que existiera esta lengua diferente de la mía, pero tan cercana, el gallego.
También conocí y me gustaba decir palabras en vascuence, como se llamaba otra de nuestras lenguas, hoy diría euskera, así como en catalán, con mis amigos y compañeros. Me sentía bien, muy a gusto compartiendo lenguas diferentes.
Más tarde las cosas cambiaron. Algunas personas se apropiaron de estas lenguas y me dejaron claro que eran suyas, sus lenguas, y no de toda la humanidad. Que no eran mías tampoco, y que por lo tanto, yo no podía usarlas así sin más.
Me sentí mal. Ya no podía seguir cantando muñeiras, ni jugar a adivinar lo que significaban algunas palabras en euskera.
Aparte de los libros, también traían al pueblo estas palabras personas que habían tenido que emigrar a las tierras vascas. Nos sentíamos iguales y convivíamos en armonía y alegría. Hoy algunas de esas mismas personas ya me consideran diferente, y parece que me miran por encima del hombro.
Estas personas que se apropiaron las lenguas, comenzaron a rechazarme a mí y a mi lengua, y también llegaron a insultarme y a menospreciarme. Algunos incluso a querer matarme.
Parece que querían vengarse de algo que yo o los que ellos llaman “los míos”, pudiéramos haberles hecho. Con esa clase de personas, yo tampoco me identifico, y siento dentro de mí que no quiero pertenecer a la misma humanidad que ellos.
Mi tristeza continúa aún hoy. Yo no sé qué he podido hacerles, pero me gustaría que nos perdonáramos y pudiéramos convivir en paz. Quiero, tengo necesidad de sentir placer de nuevo cantando muñeiras. Que nadie me quite este derecho, que no me digan que no puedo cantarlas, porque no son mías, que las muñeiras le pertenecen, y que no son ni serán nunca más mías también.
También espero poder bailar la sardana, sin que nadie se la haga propia y exclusiva, e incluso con esa jota tan alegre, que en más de una ocasión ha hecho resbalar lágrimas de emoción y de felicidad por mi cara, como es la jota aragonesa.
Hasta aquí han llegado mis sentimientos; unos sentimientos que han brotado espontáneamente de algún lugar profundo de mi ser. Pero no querría quedarme aquí, en esta situación de pena y melancolía, por no decir de otras cosas.
Mi inteligencia, aunque pobre, quiere ir más allá de estos sentimientos espontáneos, y me empuja a continuar caminando, en hacer más caminos, nuevos caminos de encuentro y no en contribuir a su destrucción.
Quiero sobreponerme a estos sentimientos que, por otra parte, no me hacen feliz, y emplear mi inteligencia para allanar estos caminos medio destruidos, para que todos volvamos a encontrarnos, a ayudarnos y a construir una convivencia universal con todas las personas y demás seres del universo.
También ha llamado mi atención, y con tristeza, otras dos cosas, entre tantas. Una es que las comunidades celebran sus fiestas recordando una guerra, una derrota, y con ánimo de revancha y reivindicaciones a otros. No sé por qué todos los pueblos no celebran las invasiones de otros pueblos, persas, romanos, godos, árabes, etc. etc. Algunos siguen celebrando la invasión de los franceses.
Exigimos siempre a los otros y no a nosotros mismos. Todo esto parece orquestado por quienes intereses creados en ello. Luego piden a nuestros niños y a nuestros jóvenes que valoren el esfuerzo y que se exijan a sí mismos. Parece una burda contradicción.
Y la segunda cosa que tristemente ha llamado mi atención es la letra de algunos himnos nacionales, que invitan a las armas, a la guerra, a la violencia, al odio, etc.
Y luego hablamos de pacifismo y concordia.
Espero que estos pensamientos ayuden a mejorar este mundo nuestro y nuestra convivencia en paz.
Ahora me siento mejor.
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