lunes, 29 de noviembre de 2010

La nueva estrategia capitalista

La nueva estrategia capitalista de intervención internacional: militares, cooperantes y la “responsabilidad de proteger”
Alberto Cruz
Periodista y politólogo.
El viejo “orden internacional” está cambiando. Por una parte, el capitalismo se está refundando con una nueva estrategia de intervención neocolonial en la que militares, cooperantes y diplomáticos actúan de forma conjunta y coordinada para lograr el mismo objetivo: mantener el control del mundo. Por otra, los movimientos sociales de carácter emancipatorio, a veces con el apoyo tímido de algunos estados, están iniciando una nueva contestación hacia este “orden internacional” en donde se cuestionan los valores occidentales como únicos e insoslayables. Es una nueva versión de la lucha de clases, esta vez llevada al terreno de la geopolítica.

La rebelión de los países del Sur a nivel internacional, escenificada con el triunfo en los años 60-70 del siglo XX de los países africanos y asiáticos que durante siglos habían estado bajo la bota de las metrópolis europeas, se constató en un avance del modelo jurídico internacional amparado por la ONU y, en concreto, en el apartado de los derechos humanos, hasta ese momento dirigidos y diseñados por el concepto individualista impuesto por la Declaración Universal de 1948. Hay que mencionar que esta declaración, considerada inmutable por Occidente, se aprobó cuando esos mismos países mantenían sometidos a dominación colonial a los pueblos africanos y asiáticos pese a toda la retórica de libertades que, supuestamente, amparaba dicha Declaración Universal. Por eso, cuando en virtud del triunfo anticolonial –a través de una durísima lucha, en la mayor parte de las ocasiones armada- se aprueban los derechos económicos y sociales –algo que no le interesa lo más mínimo a Occidente- como una nueva normativa de la ONU en materia de derechos humanos la respuesta, en pleno, fue de rechazo y se contraatacó con una nueva teoría internacional: el “derecho de intervención humanitaria”.

Esta fue la respuesta de Occidente al triunfo de los movimientos de liberación en el Tercer Mundo y a la derrota de las potencias coloniales especialmente en Indochina y más concretamente, en Vietnam. Los nuevos países, liberados de la ocupación colonial, se enfrentaban a situaciones catastróficas en muchos sentidos –y en la mayoría de las ocasiones como consecuencia de la etapa colonial- y a Occidente se le ocurrió que el “derecho de intervención humanitaria” sería una buena fórmula para mantener bajo control a sus antiguas posesiones coloniales dado que los nuevos principios que estos países incorporaban al engranaje jurídico internacional, expresados en la “Declaración sobre concesión de independencia a países y pueblos coloniales”, mencionaba expresamente que “la sujeción de pueblos a una subyugación, dominación y explotación extranjera constituye una denegación de los derechos fundamentales, es contraria a la Carta de las Naciones Unidas y compromete la causa de la paz y cooperación mundiales” y eso atacaba de forma directa a sus intereses como potencias económicas y ex metrópolis.

El “derecho de intervención humanitaria” no es otra cosa que la modernización del viejo “derecho de injerencia”, un engendro diseñado por Mario Bettati, profesor de Derecho Internacional Público en la Universidad de París II, y por Bernard Kouchner, uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras , luego de Médicos del Mundo, y hoy flamante ministro de Asuntos Exteriores francés en el gobierno del derechista Nicolás Sarkozy.

Estos siniestros personajes, y hay que seguir muy especialmente a Kouchner sin olvidar que durante todo este diseño teórico de “imperialismo humanitario” (expresión de uno de sus críticos, el belga Jean Bricmont) formaba parte de las llamadas Organizaciones No Gubernamentales, pusieron mucho empeño en eliminar del derecho internacional el concepto de soberanía. El hecho de que esta doctrina injerencista estuviese enfrentada al sistema jurídico internacional les importaba un comino. Kouchner fue algo más allá y no dudó en calificar de “formulismo jurídico” el andamiaje internacional vigente, por lo que había que intervenir, con o sin ese respaldo y, claro, sólo Occidente estaba capacitado para exigir una protección mínima de los derechos de la persona.

Así, y con la aquiescencia de la ONU, una vez desaparecida la URSS, las potencias occidentales diseñaron una estrategia para debilitar al gobierno de Saddam Hussein en Irak tras la primera guerra contra este país, en 1991, con la excusa de “proteger a los kurdos” y un año más tarde en Somalia con el objetivo de “poner término a la anarquía” y “restablecer condiciones mínimas de existencia”. Ya sabemos cómo terminó la historia, con la salida de las tropas estadounidenses con el rabo entre las piernas ante la decidida resistencia del pueblo somalí frente a lo que consideraron no una acción humanitaria sino una ocupación militar.

Esta derrota provocó una reflexión en los ideólogos del “derecho de injerencia” y desde Francia –de nuevo este país- se incluyó el término “genocidio” para hacer más justificable ante la opinión pública esa injerencia. Es así como se diseña la intervención en Ruanda en 1994, las operaciones militares en Haití (1994), en Bosnia y Herzegovina (1994-95), en Sierra Leona (1997), en Albania (1997) y en Kosovo (1999). En menor medida, y arropado de “guerra preventiva”, se ejerció en Afganistán (2001) con la excusa del terrorismo y, de nuevo, en Irak (2003) con la de las inexistentes armas de destrucción masiva.

En todos estos casos existía la excusa de las “causas morales” para las “intervenciones humanitarias”, pese al poco sustento que tenían en el Derecho Internacional Público. Sin embargo, toda esta fachada seudo-legal saltó por los aires en Haití cuando el 29 de febrero de 2004 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1559 por la que autorizaba la presencia en Haití de una fuerza multinacional, la MINUSTAH, con lo que se permitía la intervención directa de tropas en una situación que no se correspondía a las anteriores y que se realizaba en un marco de crisis política interna, curiosamente cuando Haití celebraba sus 200 años como nación independiente.

Haití cerraba así el primer círculo de la estrategia elaborada por Bettati y Kouchner: la desaparición de la soberanía de los Estados y del principio de no intervención. Ambos, soberanía y no intervención, son el fruto del combate histórico de los pueblos contra el colonialismo y el imperialismo en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX, cuando estos pueblos tuvieron que luchar duro por su independencia frente a unas metrópolis que les sometían y saqueaban sus riquezas argumentando que defendían “los valores de la civilización”.

El laboratorio iraquí

La visualización a gran escala de la reforma en los modos de política exterior de los países capitalistas que se ha puesto de manifiesto en Haití, tanto con el envío de la MINUSTAH en 2004 como ahora tras el terremoto, provocado o no, es consecuencia de la experiencia acumulada por dichos países en todas estas experiencias de “intervención humanitaria” imperialista y, de forma especial, en Irak y Afganistán. Es decir, simbiosis, letal para los pueblos, entre militares y cooperantes, y viceversa.

Es una estrategia que se ha venido perfeccionando desde finales de 2003, cuando se puso de manifiesto el fracaso neocolonial en Irak pese al relativo paseo militar que supuso la invasión del 23 de marzo de ese año. Pero la resistencia del pueblo iraquí también puso de manifiesto que la decidida voluntad de los pueblos por defender su tierra (ese “Avatar” simple que ahora está de moda) es capaz de hacer frente a los intereses expoliadores de las grandes corporaciones capitalistas que hoy controlan los Estados.

La militarización de la ayuda exterior, de la cooperación, de la “ayuda al desarrollo” es una realidad desde entonces y el laboratorio fue Irak. Aquí comenzó a diluirse la débil frontera entre los aspectos civiles y militares de la estrategia capitalista. Es más, en Irak la cooperación perdió su pretendido papel neutral porque se puso, de forma abierta e incondicional, bajo la tutela militar. Esta fue la gran lección aprendida en las experiencias anteriores. El diseñador de esta estrategia, Stuart Bowen, entonces Inspector General para la Reconstrucción de Irak, tenía claro que “la ayuda de emergencia y la reconstrucción son una extensión de las estrategias políticas, económicas y militares” de EEUU. Así lo trasladó al gobierno de Bush y quedó asumido de forma oficial en la doctrina militar con el nuevo presidente, Barak Obama .

De esta forma, en el verano de 2009, la nueva teoría que se había comenzado a poner en marcha sobre el terreno en Irak, de forma experimental, adquirió carta oficial de naturaleza en Afganistán. En este país, objetivo preferente de la Administración Obama, el Ejército estadounidense cuenta ya con civiles adscritos a todas y cada una de sus unidades, incluidas las brigadas de combate, para cambiar la percepción de la población civil sobre que están sometidos a una ocupación militar. Se matan así dos pájaros de un tiro: se deslegitima a la resistencia contra la ocupación si ésta realiza ataques a los supuestos “civiles” y se facilita la tarea contrainsurgente puesto que dichos “civiles” al estar encuadrados en las unidades militares dependen directamente de los mandos y es a éstos a quienes tienen que presentar sus informes de análisis e información de las zonas en las que trabajan. Los escépticos ante esta información pueden remitirse al diario Financial Times que el verano de 2009 publicaba una jugosa crónica del desarrollo de la “Operación Panchai Palang” en Afganistán, en la que se evidenciaba este extremo con todo lujo de detalles .

Hasta llegar aquí se recorrió un pequeño camino que comenzó con el incremento, del 3’5% en 2003 al 26% en 2008, del presupuesto que el Departamento de Defensa de EEUU destina a Ayuda al Desarrollo . Sí, como suena, ayuda al desarrollo dentro del presupuesto de los militares. Y así está recogido en un manual militar, “US Army Field Manual”, que recoge los tres aspectos que el Ejército de EEUU tiene que tener en cuenta en todas y cada una de sus operaciones: defensa, diplomacia y desarrollo . Y por este orden. Ahí está Haití para escenificarlo.

Todo ello no es más que una nueva estrategia contrainsurgente y vamos a ver cómo, además de Haití, se pone de manifiesto en Colombia al calor de las bases y de los cuerpos civiles de paz estadounidenses que ahora parece van a volver a ese país con la aquiescencia y beneplácito del gobierno colombiano. ¿Cuál será la reacción de todo este sector oenegístico si, pongamos por caso, cualquiera de estos integrantes de los “cuerpos civiles de paz” estadounidenses es capturado por las FARC al constatarse una relación directa entre la presencia militar en las bases, la implicación militar de EEUU en el conflicto colombiano –que no es nueva- y ellos? Y, por cierto, Colombia es presentada por EEUU como un modelo de “contrainsurgencia exitosa” a poner en marcha en Afganistán e Irak.

Por lo tanto, los cooperantes no son seres angelicales dedicados a mejorar el nivel de vida de las poblaciones a quienes pretendidamente asisten. Siempre se podrá decir que generalizar es malo, pero las excepciones confirman la regla. Dicen que en Haití hay en este momento “miles” de ONGs trabajando. Si están allí, y en una situación de ocupación militar, en último extremo dependen de los militares. Al igual que en Irak o Afganistán, por continuar con los casos anteriores. De ello son conscientes todas y cada una de las ONGs -lenguaje que debería desaparecer para hablar de Organizaciones Para Gubernamentales- y así se han expresado, criticando la “excesiva” dependencia de los Ejércitos ocupantes, la mayoría de las presentasen Irak y Afganistán. La simbiosis entre cooperantes y militares es ya total, se utiliza unos u otros en función de los intereses, especialmente mediáticos, aunque son los militares quienes diseñan e implementan los aspectos “humanitarios”. De hecho, los nuevos documentos del Pentágono son muy claros al respecto: “uno de los aspectos más importantes de la estrategia de contrainsurgencia es mantener un fuerte liderazgo civil” . Se puede decir más alto, pero no más claro.

El caballo de Troya

No se puede negar que algunas de las instituciones que surgen en los años llamados del “tercermundismo y el desarrollismo” (mediados de la década de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado) se plantean inicialmente “trabajar por un mundo más justo” pero la mayoría se amoldan a las estructuras políticas y económicas vigentes puesto que, a fin de cuentas, su supervivencia financiera depende de ellas. A medida que fueron creciendo, en gran parte con el dinero de los gobiernos, se fue poniendo en marcha de forma callada un contrapoder internacional que fue trabajando hasta llegar a las máximas instancias internacionales, como la ONU, donde se comenzó a cuestionar el papel de las agencias del organismo multinacional ante situaciones como las de Bosnia. Eso empezó a menoscabar el papel de la ONU y se ponía en bandeja a las potencias occidentales el “derecho de injerencia” como argumento ante situaciones trágicas como las matanzas de Srebenica o Ruanda. El papel jugado por Kouchner y Médicos sin Fronteras, como se ha dicho anteriormente, es muy a tener en cuenta. Fueron los primeros, pero no los únicos.

Las ONGs fueron, aquí, el caballo de Troya del imperialismo, una forma “civil” de justificar la “intervención humanitaria” militar. Ya no podía haber más Ruandas, más Bosnias, pero sí más Palestinas, más Líbanos, más Iraks, más Congos. Hasta aquí no llega la autonomía de estas grandes corporaciones de la “solidaridad”. Su patético papel como lobby ante la ONU para frenar las políticas occidentales en estos países, por mencionar sólo algunos, o para cuestionar el papel de la MINUSTAH (la fuerza militar de la ONU en Haití, criticada por el pueblo haitiano en numerosas ocasiones por su labor represiva) es tremendamente esclarecedor.

Pero para ejemplificar todo lo que está sucediendo en el campo de la solidaridad y la cooperación, pongamos el caso de la USAID, la agencia para el desarrollo de EEUU. Hablar de ella sería baladí puesto que su papel en la política exterior estadounidense es conocido, pero lo que no es tanto es que la USAID marca el camino de la moda en “cooperación” y lo que allí se adopta es copiado, con mayor o menor entusiasmo, por el resto de agencias estatales para el desarrollo en los países capitalistas aliados de EEUU. Y de las agencias estatales se pasa a las supuestamente no gubernamentales, hasta que la moda uniforma mentes y comportamientos.

En consonancia con el cambio táctico del Pentágono, la USAID decidió, en 2008, crear una Oficina de Asuntos Militares para facilitar su “coordinación” con el Ejército y que está compuesta por 120 “cooperantes” expertos en cuestiones militares. Según el Instituto Rand para la Investigación de la Defensa Nacional , en este campo de relación entre “cooperantes” y militares “la USAID está mucho más avanzada en comparación con otras agencias de desarrollo de los demás gobiernos de la OTAN, puesto que ha reconocido que tiene un papel significativo que jugar en contribuir a la seguridad nacional de EEUU”. No en vano la USAID ha aumentado de 5.000 millones de dólares en 2003 a 13.200 millones de dólares en 2009 su presupuesto , algo que ha ido en paralelo al aumento del presupuesto del Pentágono para “ayuda al desarrollo”.

El instituto Rand habla de algo que suele pasar desapercibido y es a lo que me refería anteriormente con lo de “marcar moda”: el papel de la OTAN en la política exterior capitalista mundial, de forma especial a raíz del acuerdo alcanzado con el secretario general de la ONU en septiembre de 2008 –sin consulta previa a los miembros del organismo- y en virtud del cual “la cooperación [entre la OTAN y la ONU] seguirá contribuyendo de manera significativa a abordar las amenazas y desafíos que enfrenta la comunidad internacional a los que está llamada a responder”.

La guerra de España (y de la OTAN)

Pues bien, al menos otros cinco países de la OTAN (Gran Bretaña, Holanda, Canadá, Italia y España) han comenzado a asumir estos criterios simbióticos militares-cooperantes, aunque con matices diferentes en cada uno de ellos. Mientras Canadá copia miméticamente lo que hace su vecino del sur –y ahí está el destacado papel canadiense en Afganistán para ponerlo de manifiesto- los otros lo hacen con alguna diferencia.

Es el caso de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID), que tiene también 20 expertos, así como un diplomático del Ministerio de Asuntos Exteriores, trabajando codo con codo con los militares españoles en Afganistán. Por el momento, ambos actúan con los mismos objetivos pero con estructuras diferenciadas. Esto es algo que no gusta mucho a los militares españoles y reconocen que son ellos quienes mantienen “relaciones de trabajo sobre cuestiones políticas” (sic) con el consejo provincial afgano en la provincia de Qala-e-Naw . En ese momento era la Brigada Paracaidista (BRIPAC) quien controlaba la zona y tenía el mando del Equipo de Reconstrucción Provincial en Qala-e-Naw. La BRIPAC puede considerarse como tropas de élite. La acción de la resistencia afgana contra un convoy militar español, muriendo uno de los soldados ocupantes, que supuestamente transportaba alimentos pone de manifiesto este hecho.

España tiene la provincia de Badghis como área de operaciones y el pasado mes de octubre, tras una reunión entre el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y Barak Obama, se decidió dar a las tropas españolas “responsabilidades adicionales de combate” al tiempo que entrenan a un kandak (batallón) del Ejército afgano. Eso contrasta con la postura, difundida hasta la saciedad por los medios de comunicación de la burguesía, sobre el papel español en la “reconstrucción” del país aunque la primera orden es “no tomar la iniciativa” en la lucha contra la resistencia. Pero el reciente ataque va a servir para romper el espejismo y dejar patente el papel de la “cooperación” española, bien sea a través de la AECID o de cualquier otra ONG, gubernamental o no. El gobierno español difunde que el trabajo es construir carreteras, mejora del suministro de agua y construcción de hospitales y escuelas, entre otras cosas, para las que ha alcanzado acuerdos con ONGs internacionales –de forma especial de Bangladesh, que se encargan de las estructuras de salud en la zona “española”- pero, al mismo tiempo, habla ya de una “zona roja” en Qala-e-Naw que cada vez se extiende más y donde los proyectos pasan a control exclusivo de los militares. La acción de la resistencia afgana hay que enmarcarla en este hecho. Luego la simbiosis militares-cooperantes queda expuesta de forma palmaria, así como el objetivo de la “cooperación” y su papel dentro de la estrategia contrainsurgente.

El ataque de la resistencia afgana contra las fuerzas de ocupación españolas se ha vendido como no podía ser menos: enfatizando que los militares españoles escoltaban una caravana de alimentos. Puede que fuese así, pero lo que no dicen es que la simbiosis militares-cooperantes en total entre EEUU, Italia y España, los tres países que desde la base de operaciones avanzadas “Todd” –y el nombre de la base es significativo, puesto que es el de un soldado estadounidense muerto en combate- organizan convoyes supuestamente “humanitarios”.

La simbiosis militares-cooperantes que introducen en su estrategia los países de la OTAN forma parte del diseño imperialista ante el que hay que estar muy atentos y combatir: los militares se encargan de la “ayuda al desarrollo” para eliminar la imagen, que se interioriza en los pueblos, de que están sometidos a ocupación militar. Pero, se mire como se mire, los militares, aunque repartan sacos de arroz, son ocupantes. Y a los ocupantes no se les recibe con flores. Es algo que reconoce el propio derecho internacional cuando sanciona, como hace la IV Convención de Ginebra, el derecho de los pueblos sometidos a ocupación militar de resistir esa ocupación con todos los medios a su alcance, incluyendo el uso de la fuerza armada, siempre que dicha fuerza no se emplee contra objetivos civiles. Y un vehículo militar, es eso, un vehículo militar.

España ostenta este primer semestre de 2010 la presidencia de turno de la UE. Y dentro de la UE hay una fascinación enfermiza con el presidente estadounidense, Barak Obama, mucho más popular en Europa que en su propia casa. Este hecho, unido a la reciente reincorporación de Francia a la estructura de Mando Militar Integrado de la OTAN, augura un reforzamiento de la simbiosis militares-cooperantes en Afganistán y, como consecuencia, en todo el mundo. De hecho, desde la UE ya se ha anunciado (el mes de marzo de 2009) un “impulso” a la Guía Política General que se aprobó en la reunión OTAN-UE de Riga (Letonia) en 2006 y en la que se reafirma la presencia europea en las operaciones de la OTAN así como “la de otras organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales para estimular una mayor cooperación y coordinación práctica con la OTAN”. Obsérvese que hablan expresamente de las llamadas ONGs.

Es indudable que las ONGs no cuestionan el sistema capitalista, sino que lo hacen más funcional. Las ONGs van hoy de la mano de los militares y de los empresarios, otra de las patas –por ahora menores- en las que se asienta la nueva estrategia de intervención capitalista arropada con nombres como Responsabilidad Social Corporativa, de Empresa u Organizacional (son diferentes las denominaciones, el objetivo es el mismo) puesto que sin prescindir del punto de vista estrictamente economicista o mercantil les sirve para arropar con un manto cosmético, que no ético, de “cooperación”, “desarrollo” e, incluso, “solidaridad” la nueva estrategia capitalista que se extiende desde Bangladesh a Bolivia, de India a Perú, de Angola a Filipinas y que consiste en intervenir en cualquier parte del mundo para alejar de los corazones y las mentes de los pueblos la tan ansiada emancipación. Es un nuevo colonialismo, político, económico y social envuelto en unos valores de “lucha contra la pobreza” como si esa pobreza hubiese surgido como las setas, por generación espontánea, y no fuese consecuencia y producto de un sistema social, económico y político concreto: el capitalismo.

Un paso más en esta estrategia acaba de darse con la firma de un memorando de entendimiento entre el Banco Grameen (quien inició los microcréditos en Bangladesh) y la multinacional Adidas para “proveer de zapatos a los pobres”. El Banco Grameen, fundado por Mujammad Yunus, flamante premio Nobel de Economía, ofrece una cobertura “solidaria” a Adidas en unos momentos en los que su imagen cae –al tiempo que sus beneficios- y le logra un mercado nuevo, barato –curiosamente, no se ha hablado de las condiciones laborales y/o sindicales de los trabajadores que harán esos zapatos baratos que van a proteger de enfermedades a los pobres- y con clientela a granel. Y el Banco Grameen logra una capitalización necesaria para continuar con su política de reforzar el capitalismo a través de los microcréditos. A buen seguro asistiremos, no tardando mucho, al espectáculo del microcrédito para fabricar zapatos, con sus préstamos, períodos de carencia y… embargos en caso de no devolución.

El Banco Grameen y Adidas son los pioneros y detrás de ellos ya hay otros muchos dispuestos a lucrarse, más aún, con la pobreza. Si para ello hay que promover una guerra, se promueve criticando con la boca pequeña los “excesos” aunque se pondrá siempre en la balanza “la violencia de unos y otros”, eso de condenar la violencia “venga de donde venga” (los famosos “ni-ni”) aunque la violencia de unos sea esporádica o de respuesta y la de otros sea estructural y suponga la muerte de 40 aldeanos al día en las zonas en las que, como en India ahora o antes en Perú, se pretende llevar a los pueblos tribales el “desarrollo”. O en Afganistán. O en Irak. La estrategia imperialista es siempre la misma en todas partes y ningún país del mundo está a salvo de las prácticas intervencionistas e injerencistas de este tipo. Con o sin el amparo de la ONU, que hace mucho tiempo ha dejado de ser una organización internacional imparcial, neutral e independiente, como se establece en su propia Carta de principios.

La ONU ya no puede ser vista como un organismo a defender, sino a refundar. Mejor aún, a reinventar. La ONU fue creada con un único propósito: detener lo que se temía era una racha irreversible de conflictos bélicos como las dos grandes en la primera mitad del siglo XX. Se pensó también que además de respetar el imperio del derecho en las relaciones internacionales, era imprescindible desactivar una bomba de tiempo que podría estallar en otra guerra mundial aun más sangrienta que las dos anteriores: el hambre y la pobreza existentes ya hace 64 años. Éstas fueron las razones que llevaron a la suscripción de la Carta de San Francisco y a la creación de las Instituciones de Breton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que, en verdad, en vez de propiciar la superación de la pobreza en el mundo, han ayudado a profundizarla más.

La inmensa mayoría de los habitantes de la Tierra considera a Naciones Unidas como una institución debilitada, inefectiva y hasta innecesaria. No obstante, la ONU fue creada en nombre de «nosotros los pueblos», y estos pueblos consideran abusivo y antidemocrático el privilegio que algunos países poderosos se arrogan de interponer vetos y así bloquear cuestiones fundamentales para el mundo. O intervenir donde consideren para proteger sus intereses.

La subinformación

Nos movemos en un mundo intelectualmente subinformado, pese a creer lo contrario. Aquí hay una crítica que hacer a la dejación de los institutos de estudios y análisis, por no hablar de los vinculados a las cancillerías de Asuntos Exteriores, en países donde hay un cambio social en marcha. No se adelantan acontecimientos, no se elaboran teorías alternativas y se sigue la estela marcada por los buques de los países capitalistas.

Y para salir de la subinformación hay que romper la dependencia –similar a la de los drogadictos- respecto a los llamados medios de información. No es algo nuevo, ya lo dijo en los años 60 del siglo pasado un filósofo alemán, Herbert Marcuse, cuando hablaba de los conflictos visibles y los invisibles, de aquellos que habitualmente tienen reflejo en los llamados medios de información , es decir, que interesan a los detentadores del poder, y de los que no y de que no hay mensajes inocentes puesto que si se quiere hacer un análisis real del problema de la comunicación a fondo hay que partir del sistema social concreto en donde se desarrolla esa comunicación, es decir, estudiar los códigos que circulan dentro de esa misma sociedad, los mensajes que se transmiten en ella y sobre todo cuáles son los “ruidos” o “interferencias” que dificultan la comunicación tal y como la pretende la burguesía..

Marcuse hablaría hoy de los medios alternativos como “los ruidos y las interferencias” del sistema que sería necesario fortalecer para hacer frente a la subinformación que llega desde arriba. Pero, curiosamente, no es en los medios alternativos donde las ONGs quieren verse reflejadas, sino en los “oficiales”. Por lo tanto, consciente o inconscientemente se sitúan al otro lado de la barricada y defendiendo unos valores y una política exterior concreta. Como su pretensión es “trabajar” en zonas de conflicto –al calor de la presencia de las tropas- saben y asumen que tienen que ir de la mano de los gobiernos y de los Ejércitos. Irak, Afganistán y Haití, en menor medida, son un buen ejemplo de ello. En el país caribeño ha sido tan evidente lo ocurrido con las tropas de EEUU que ha habido una tímida crítica sobre ello que ha cesado cuando cada una ha conseguido su parcelita concreta de actuación.

Hay muchos ciudadanos y ciudadanas que, de buena fe o por esa subinformación, ofrecen aportaciones a este tipo de ONGs y dan credibilidad a lo que llega de ellas. No. Llega el momento de hacer frente a esta pretensión uniformadora, a esa simbiosis entre militares y civiles en aspectos supuestamente “humanitarios” y darse de baja en ellas. Hay que desbrozar el grano de la paja, hay que alejarse y criticar especialmente aquellas que trabajan de la mano de los Ejércitos en “zonas de conflicto” (neolengua orwelliana para eludir hablar de guerra, ocupación militar, etc.) puesto que de no hacerlo sólo se refuerza un mismo papel interpretado a dos voces: tanto Ejércitos como ONGs se convierten, por una parte, en instrumentos para manipular información que justifique o deplore el uso de la fuerza en defensa de aparentes causas nobles, con costos humanos presumiblemente bajos y, por otra parte, en conductores de la opinión pública para apoyar o rechazar decisiones gubernamentales que pueden traer consecuencias impredecibles o irreparables para un país.

Resulta sonrojante el papel de las ONGs en el “conflicto visible” de Haití y en el silencio sobre el “conflicto invisible” de Gaza, por ejemplo, sometida la población a un bloqueo inmisericorde con el beneplácito y aquiescencia de los muy “democráticos” países que con tanta diligencia se han movilizado con Haití. Hasta Israel, el principal responsable de ese bloqueo a Gaza, ha enviado equipos de socorro y cooperantes, el colmo del sarcasmo.

Los mexicanos tienen un término que define a la perfección lo que hace el sistema capitalista con los críticos: ningunear. Hagamos lo mismo con este tipo de Organizaciones Para-Gubernamentales y sus altavoces mediáticos si queremos salir de la ignorancia o de la subinformación para no volver a caer en el ridículo que se ha hecho con Haití. No demos crédito a lo que llega de ellas y boicoteemos este tipo de organizaciones cómodas con la simbiosis militares-cooperantes, y viceversa.

La batalla contra la nueva estrategia capitalista de intervención internacional, apoyada en aspectos diplomáticos como la “responsabilidad de proteger”, en la guerra pura y dura o en la imagen civil de los “cooperantes” y la ayuda al desarrollo no es baladí. En ella nos jugamos nuestro futuro. El rechazo a la intervención militar parece claro, menos a esos vendedores de espejos capitalistas que son los “cooperantes” y mucho menos a la ONU, tal y como la conocemos. Pero, como dijo Miguel D’Escoto en su discurso de despedida como presidente de la Asamblea General de la ONU, “tempos fugit”, que decían los romanos, el tiempo vuela y con él se van también “las oportunidades de hacer lo que tenemos que hacer para garantizar un futuro digno para las generaciones venideras” . En ello están, estamos, los movimientos sociales de carácter emancipatorio.

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