lunes, 15 de noviembre de 2010

Don Quijote

Monólogo de Don Quijote

Cap.I

Pocos personajes han influido tanto en las mentes de los seres humanos, a través de la historia y que hayan mostrado sus ideales de lucha por una sociedad mejor, más justa y sin clases. Este monólogo tiene el propósito de acercar la figura y la obra del Quijote al pueblo y extraer de sus entrañas las enseñanzas que contiene para nuestro siglo. El pueblo piensa, el pueblo recupera la palabra, el pueblo supera el sentido de masa.
Don Quijote invita a la participación ciudadana en la construcción de sus vidas y de una sociedad democrática de calidad. Una sociedad libre de cualquier tipo de explotación. Dedica su vida a luchar por valores como la solidaridad, la fraternidad, el amor, la libertad, o la igualdad.

Habla Don Quijote de la Mancha:

¡Oh vosotros, viajeros y viandantes, caballeros, escuderos, caminantes de a pie y de a caballo, que por este camino pasáis, o habéis de pasar, peregrinos de vuestro ser! Sabed que el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, caballero andante, ha dejado casa y hacienda y ha llegado hasta aquí dispuesto a defender a todas las fermosuras y cortesías del mundo.
Felicísimos y venturosos son estos tiempos en los que el audacísimo caballero se ha echado al mundo a socorrer a los necesitados y a reparar las injusticias. Todos vosotros sois afortunados, pues tenéis el gran honor de ser testigos fieles de estas increíbles hazañas
Tú, brillante Febo, numen de la salud, favorece mi empresa como siempre lo has hecho. Ya te veo, ya oigo sonar tu lira y las flechas de tu aljaba; Estas son las señales por las que reconozco al dios amigo que acude en mi ayuda.
No huyáis follones y malandrines. Salid y probaréis la fuerza de mi brazo. Sabed que existís solo para gloria de mi señora la sin par Dulcinea del Toboso. ¿Dónde os habéis escondido? Salid y no os dejaré un hueso sano.
Mira Sancho, escudero fiel, cómo huyen esos cobardes. La maldad se esconde, busca las sombras, la oscuridad. Presto me han reconocido, pero tienen sacabuches por espadas, y no tienen valor para ponerse delante de un caballero. Prefieren darle la espalda y tomar las de Villadiego. El mundo está lleno de ellos. En estos tiempos, abundan poco los valientes, y caballeros andantes, casi ninguno.
No, no digas nada, que tú no entiendes el arte de la caballería andante. Eres el más fiel de los escuderos, pero también el más corto. Cuanto más corto y romo eres, más fiel y mejor sigues las instrucciones sin hacer preguntas.
No tuviste oportunidad de aprender y practicar el diálogo, cuando fuiste chico. Tu padre te llevó al campo y no a la escuela. Has tenido a los montes y a las cabras por maestros y no te han enseñado el arte del buen hablar y del comprender.
Heme aquí. Aquí me encuentro y aquí me hallo; en medio del camino, entre el cielo y la tierra. Nada hay delante más que polvo y nada detrás. Me pregunto: ¿Qué hago yo aquí bajo este sol arrollador? ¿Se me habrán secado los pocos sesos que tenía?
Pero, ¿a quién importa, a quién interesa?, ¿os importa a vosotros lo que pueda sucederme?
Con lo fácil y cómodo que hubiera sido haberme quedado en mi casa, al calor del hogar, descansado, protegido de todo maleficio, sin meterme en problemas. No obtendría la gloria pero tampoco sufriría las penas que toda gloria conlleva.
¿Para qué leer libros de caballerías? ¿Cuál fue la razón o la sinrazón por la que pasaba mis noches de claro en claro, para tener después los días de turbio en turbio?
Pude contentarme con tener, con disfrutar las historias y las aventuras en mi mente. Es lo que hace todo el mundo. Los caballeros andantes no existen en la realidad, sino en la imaginación de alguien, de algún loco o de algún romántico. Pero yo soy terco y necio. No contento con soñarlas, me he lanzado, convertido en caballero andante, a vivir estas aventuras.
¿Qué genio maligno, qué falso mago enemigo y desleal se apoderó de mi voluntad un nefasto día, y me ha arrojado a esta vida de incomprensión, fuera y lejos de los míos?
¿Que aquella no era vida y esta sí? ¿Qué llevaba una vida vacía y sin sentido? ¿Habría sido necesario que estos ilustres libros de caballerías me despertaran del sueño en que moría en vida? ¿Qué clase de vida llevaba yo? ¿Qué vida era aquélla en la que me hallaba prisionero de la rutina y de la modorra? Al cabo, estos libros me han despertado y me han abierto las puertas de la libertad.
(Continuará)

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